viernes, 8 de diciembre de 2017

Inquilina

Estás aquí.
Casi siempre y de muchas formas.
Cuando digo que estás aquí, me refiero a que tu presencia es casi palpable.
Es casi poder percibir tu aroma.
Es saberte.
Es pensarte.
Es soñarte.
Es saber que necesito que estés aquí.
Quizás para creer que yo estoy también en ti.
Y de ti siempre está el recuerdo de tus ojos.
Esos ojos que al mirarme eran como una caricia que recorría todo mi cuerpo.
Esos ojos que me atrapaban con sólo insinuarse.
Esos ojos en los que me gustaba quedarme hasta que tu mirada se desviara.
Ojos que en ocasiones me miraban con ternura. En otras con alegría y a veces con deseo.
Extraño tanto tus ojos. El mirarlos y saberme parte de ellos..., parte de ti.
Estás aquí.
Ocupas en mí un espacio.
No sólo un espacio figurado, no, pues el espacio que ocupas es físico.
Es un espacio justo debajo de mi cuello, detrás del esternón.
Un espacio que en ciertos días aprieta y en otros se expande.
Un espacio que la más de las veces produce calor y cosquillas, pero que también puede causarme frío.
Estás aquí.
En la memoria de mis manos.
En esa sensación de tomar tus manos y acariciarlas.
En esa magia de tomar tu rostro y tus labios y recorrerlos.
Estás en esa sensación que vive en mis dedos cuando han recorrido tu piel.
En el recuerdo de haberse internado en tu más profunda intimidad.
Estás aquí.
En mi boca y en los sabores que dejabas en ella al besarnos.
En mis labios y en la presión al juntarse a los tuyos y la sensación de tus dientes mordiéndolos.
En la memoria de tu lengua jugando con ellos.
Estás aquí.
De muchas formas.
En muchos momentos.
De muchos sabores.
De tantos recuerdos.
Estás aquí.
Con el aroma de tu cuerpo.
Con esa esencia que te pertenece.
Con esa particular nota que se desprende de tu cabello.
Estás aquí. Siempre aquí.
Cierro los ojos y casi puedo tocarte.
Estás aquí.
Siempre aquí...
Y por favor..., nunca te vayas.

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