Miro es sonrisa y no puedo evitar comenzar a divagar. ¿Quién habrá tenido la sensibilidad para concebirla? ¿Quién además de inventarla fue capaz de convertirla en esta visible y palpable realidad? ¿Quién además de hacerla presencia fue finalmente capaz de hacerle parte de mi propio presente?
Y es esa misma sonrisa la que me trae de regreso y me digo que divagar es perder el tiempo, tiempo para poder estar con esa sonrisa y observarla y absorberla, de perfil, a oscuras, en silencio o a escondidas, desde lejos pero mejor de cerca, de colores, grana y blanca, pero también azul y violeta y naranja, con aroma y sin memoria, pero con el recuerdo de cada instante de esa expresión tuya.
Aun cuando esa sonrisa se enturbie, permanece, intacta, eterna, pues esa expresión física viene de la manifestación profunda de un sentir y de un vivir que trasciende, de una emoción que mira a la vida y de ella se nutre. Proviene de una actitud que decide ser presente y mirar hacia arriba y es en cada respirar de esa actitud que se van curveando esos labios, cual suave hondonada entre dos montañas.
Miro a esa sonrisa tuya, pero que al mostrarse al mundo se vuelve parte de aquel que la mira, es decir, carece de dueño, pero ello no impide que sea mía y que en mí se conserve.
Miro a tus ojos que también sonríen, en una misma frecuencia, en el mismo lenguaje y dirección que aquella expresión de tus labios, pero procuro siempre al final regresar 10 centímetros más abajo en tu rostro, a esa dulce y seductora carnosidad que viste a tu ser. Respiro de tu sonrisa y con ella me quedo, al menos por este instante, que al final es eterno, pues tu sonrisa, esta sonrisa, inicia y termina con cada momento, pero perdura por siempre como esencia de la propia vida.
Tomo tu sonrisa, cual regalo, cual tesoro. Tomo la sonrisa no por necesidad, sino por deseo, por el deseo de quedarme hoy con ella y, si es posible, con la portadora y dueña de es línea cuyos extremos miran al cielo y su sima al corazón.