El calor del asfalto y del concreto..., puede soportar el frío pero el calor la mata, - Puta madre, que se quite ya este pinche calor -, aunque sabe que tendrá que aguantarse este infierno de finales de mayo. Son seis cuadras las que ella tiene que recorrer diariamente entre la esquina donde abandona el camión y su departamento. Por supuesto, dentro del camión además del horrendo calor hay que sumarle los olores y los "arrimones" de los pasajeros cuando va de pie. En la tercera cuadra ya va sudando y el aire caliente seca sus pulmones. Se imagina ya en el departamento tumbada sobre el frío suelo de barro. Una coca fría estaría excelente, de preferencia si es de botella. Puede ver el edificio, sólo una cuadra más y a olvidarse del calor. Pasa junto a la tortillería: –No hay nada más difícil que vivir sin ti...- Yaaaj!, esa canción ya no, Señor, ten clemencia de esta devota cristiana y guadalupana, pues esa canción además le recuerda a Jorge, su compañero de oficina, quien le sube a la radio cada vez que tocan esa canción. Le revuelve el estómago. Además, a Jorge le apesta la boca y podría apostar acerca de su poca afinidad con el baño diario, pero lo peor es que no la deja en paz aunque una y otra vez se ha negado a salir con él. Por fin en casa, pero y ¿dónde están las llaves?. Nunca las encuentra, siempre se van hasta el fondo de la bolsa y le hacen vivir una muerte chiquita durante unos segundos en los que aquellas no aparecen. Le viene a la mente la terrible idea de tener que regresar sus pasos y tomar de nuevo el camión hasta la casa de sus padres para conseguir la copia. Hoy no por favor, no con este calor. Se promete limpiar poner en orden el departamento si éstas aparecen. Siente el llavero de bolita entre la agenda y el estuche de los lentes. Gracias Señor, ya sé que Tú nunca me dejas sola, y sé que lo prometí, pero hace mucho calor para hacer limpieza el día de hoy, el sábado prometo levantarme temprano y cumplir contigo. Alza la vista y observa al hombre joven que también la mira. Adiós, guapo, piensa y como no queriendo le dirige una mirada a los músculos de sus brazos. Si con esos brazos me llevara hasta el tercer piso y me colocara sobre el frío suelo, con gusto me quitaría la ropa y dejaría que me echara agua helada sobre el cuerpo. La llave da vuelta y la puerta cede. Alcanza a mirar sus ojos, casi negros y hermosos y se pierde en esa imagen.
No está mal, se repite mientras evoca ese par de piernas tan bien enfundados en los jeans. El calor le irrita un poco, sobre todo en días como éste, pero aprovecha las playeras de manga corta para broncearse los brazos y poder presumirlos. Sabe que causan buena impresión. ¿En qué piso vivirá? Ya la había visto antes y le encanta observar ese rostro sonrojado por el calor. Y qué bien huele ese perfume. Aunque en ese momento recuerda su deuda con Alfredo, en el trabajo. Pero como está pensando en renunciar, en una de esas se va y no le paga nada. Además el güey le ha estado gorroneando comidas y cigarros durante un año, así que cobrarse a lo chino no estará tan mal. Si se hace el negocio con su hermano podrán comprar y vender autos, la bronca, ya lo dijo Sergio, son los robados. Sigue caminando y haciendo cuentas de lo que podrá ganar en un año. De nuevo recuerda a la joven de los jeans... ¿Isabel? No, parece que "el Lennon" le dijo que se llamaba Rosario. No está seguro, pero la verdad es que está buenérrima. La bronca es que sin lana ni un refresco le puede invitar. La deuda con Alfredo le provoca ansiedad, pues ya son tres semanas con ésta que le ha venido dando largas con lo del pago… Siempre tarda tanto el semáforo en esta esquina. La gente se acumula. El anciano tirado sobre la banqueta le extiende su mano sucia y maltratada. No le gusta dar dinero a los pordioseros, pero con los ancianos en distinto. Busca en su bolsa y le regala unas monedas. El semáforo marca en verde y el grupo cruza la calle. El anciano le agradece con una última mirada.
El calor hace más difíciles estos días. El rostro le duele. Lo siente reseco, polvoso, sucio. Sabe que huele mal. Ello jamás le importa, pero hoy en especial, con tanto calor, tiene la certeza de su propio mal olor. Y este tiempo que pasa tan lento. En ocasiones cae dormido y no sabe cuánto tiempo habrá pasado. Su única referencia en estos días es la dirección del sol y la intensidad del calor. Las moscas lo invaden, se le meten hasta en los ojos pero no lo siente, pues se ha vuelto a quedar dormido con el ojo abierto. Los huesos le duelen y le arde el pecho por dentro al respirar. Despierta y un perro le está lamiendo la mano. ¡Ora, pinche perro!. El perro se mueve, más por no encontrar mayor atractivo en seguirle lamiendo la mano que por el grito del viejo. Alcanza a observar las monedas que han dejado sobre el raído suéter que dejó en el suelo. Se vuelve a dormir, atrapado por una fiebre que no ha cesado en los últimos días. Ya no sabe si ocurre en sueños o en la realidad, pero la tos no lo abandona, esa misma tos que ahora lo despierta. Abre los ojos y el sol se ha comenzado a esconder detrás de los edificios más altos. Tiene varias monedas. Extiende la mano y las toma. No sabe si algún "vival" habrá tomado algunas de ellas mientras dormía. No importa, las que tiene le alcanzan para este día. Unos taquitos y un refresco. Alza la vista y descubre a un joven que lo mira con asco y desprecio, para después agregar un gesto de nausea al percibir el fuerte olor a mugre y sudor acumulados de varios días. El viejo no siente pena ni sufrimiento, y ya está pensando en esos tacos y quizás un cafecito de cuatro pesos con un pan dulce. Con todo el esfuerzo de su cuerpo y ayudado de un maltratado y no menos sucio bastón, se logra poner de pie e inicia su cansado y lento caminar por la acera, no sin antes mirar compasivo al joven, a quien entiende perfectamente, aunque éste no lo sepa
Por fin un ligero y fresco viento comienza a recorrer la ciudad. Es una hora agradable para salir a la calle. El calor ha cedido y el viento le refresca el rostro después de varias horas bajo el sol. Es un día extraño. Hoy no se siente bien, y la sensación ha empeorado con los últimos días. Hoy ha estado pensando en la muerte. No como esa presencia ajena del día de muertos o de las películas baratas, ha pensado en la muerte como esa posibilidad que le acompaña a cada momento, como una muerte que está más cerca con cada día de vida. Con una muerte que le respira en la nuca y le susurra palabras que lo embriagan. Tiene miedo, no de la muerte, más bien de la vida. Siente pena por él mismo, demasiada para seguir cargando con ella. Siente desprecio por todo, por el olor de la ciudad, por la suciedad de las calles, por el ruido de los autos, por los perros callejeros, por los niños que lloran de la mano de sus padres, por el viejo que pide dinero en la esquina. Los autos comienzan a avanzar con mayor rapidez conforme el tráfico va disminuyendo. Puede olor el humo que dejan a su paso. Las luces le golpean a los ojos y siente ese mareo, esa náusea. No puede soportar el desprecio de ella. Carajo, que más puede hacer. "No hay nada más difícil que vivir sin ti..." suena en el taxi que va pasando junto a él, esa canción, todo el día presente en su mente, que la siente ya como suya, que irónicamente y de manera tan cursi lo retrata. Recuerda el rostro de ella, sus piernas que, en los jeans del día de hoy, lucían perfectas. Su olor, tan limpiecita, tan educadita. La bocina de un auto lo trae de regreso. Ya oscureció y los faros de los autos lastiman su vista. Pasan frente a él cada vez más rápido. Está mareado, enfermo. Cruza la calle. No advierte el semáforo en rojo. Alcanza a escuchar el rechinar de las llantas. Siente el seco y fuerte golpe en su costado...
¿Vas a pasar? Frente a ella, su vecina le sonríe en tanto intenta salir a la calle. Sí, perdona. Los ojos negros se quedan en su mente. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Recuerda que tiene calor, demasiado, y que una coca fría aguarda en la hielera. Cierra la puerta tras de ella y alcanza a escuchar la música que escapa de una ventana vecina: "No hay nada más difícil que vivir sin ti..."
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